Hipocresía condecorada. Se señala aquí la incoherencia entre discurso y praxis, entre los labios que hablan de paz y las manos que financian la guerra. Esta frase desenmascara al moralista de salón, que ondea banderas de arcoíris mientras justifica la muerte ajena bajo el estandarte nacional. Es una denuncia de la moral maquillada con propaganda.