El dios de las máquinas

La teología en la era de la técnica#
Introducción: Dios en la era del algoritmo#
«El hombre ha inventado máquinas para no tener que rezar. Pero las máquinas no rezan.» — Georges Bernanos
Todo se acelera. Todo se automatiza. Todo se cuantifica. El orbe moderno ya no contempla, sólo calcula. ¿Para qué orar, si Google contesta más rápido? ¿Para qué confiar, si el algoritmo predice mejor que la Providencia? En esta encrucijada se sitúa la teología actual: entre los templos vacíos y los servidores llenos. Nunca el hombre tuvo tanto acceso a la información… y tan poco contacto con la Verdad.
Este ensayo busca explorar el conflicto radical entre el pensamiento teológico —lento, contemplativo, vertical— y la lógica de la técnica —eficiente, inmediata, inmanente—. En un mundo dominado por lo artificial, ¿sigue teniendo sentido hablar de lo divino? ¿Puede Dios sobrevivir a la era del silicio?
I. El problema: cuando la técnica se vuelve ídolo#
Desde la Ilustración, el Occidente apóstata ha depositado su fe no en el Salvador, sino en el ingeniero. La ciencia dejó de ser búsqueda de la verdad para convertirse en dominio del mundo. Como denunció Heidegger, la técnica ya no es simple instrumento del hombre: es su horizonte ontológico. No preguntamos ya por el ser, sino por el uso; no por la belleza, sino por la funcionalidad.
Esto ha contaminado el alma. El hombre moderno, híperconectado, es incapaz de recogerse. Su atención salta de notificación en notificación, como un perro adiestrado por pulsos eléctricos. Ya no sabe esperar, y por tanto, no sabe rezar. Como el pueblo hebreo frente al Sinaí, exige un dios visible, tangible, fabricado por él: un ídolo de oro. Hoy ese becerro se llama inteligencia artificial, neurociencia, transhumanismo o tecnología espiritual.
Pero más profunda aún es la herida antropológica. La técnica no sólo transforma el mundo: transforma al hombre. Le hace olvidar que es imagen de Dios, y le convence de que puede hacerse dios por sí mismo. No ya por la gracia, sino por el código. No por la oración, sino por la programación. El pecado original se reescribe en clave cibernética: “seréis como dioses, conocedores del bien y del mal”, ahora ejecutado desde servidores de Amazon Web Services.
Y así, la teología es arrinconada como reliquia del pasado, como software obsoleto en una era de actualizaciones constantes. La fe es tratada como superstición; el dogma, como intolerancia; la liturgia, como espectáculo o como carga. El hombre moderno ya no pregunta por Dios, porque se ha convencido de que puede crear un sustituto.
II. Qué enseña la Iglesia sobre técnica y fe#
Frente a esta idolatría técnica, la Tradición grita con voz eterna: Dios es el Logos, no el algoritmo. Como nos recuerda san Juan, «En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios» (Jn 1,1). El Verbo no es una fórmula, ni un programa, ni una fuerza impersonal. Es Persona. Es Amor. Es Cristo. Y este Logos se encarnó, no en una máquina, sino en carne humana, concreta, sufriente, gloriosa.
La Iglesia jamás ha despreciado la técnica —las catedrales son prueba de ello—, pero siempre ha advertido contra su absolutización. Ya san Agustín alertaba del amor desordenado por las criaturas frente al Creador. Y el Catecismo, en el n.º 2293, declara con claridad: «La ciencia y la técnica son recursos preciosos cuando están al servicio del hombre y promueven su desarrollo integral para el bien de todos; pero no pueden por sí solas indicar el sentido de la existencia».
Además, en Fides et Ratio, san Juan Pablo II recordó que la fe no teme a la razón, pero que necesita su purificación y su elevación. La técnica, cuando se autonomiza, se vuelve totalitaria. No es casual que los regímenes más asesinos del siglo XX —nazismo y comunismo— hayan sido tecnocráticos hasta la médula. Y no es casual que la nueva dictadura del siglo XXI sea digital, algoritmica, anestésica.
La tradición católica, por tanto, no se opone al progreso técnico, pero exige que este se subordine a la verdad del hombre. Como enseña el Magisterio, el ser humano no puede ser reducido a datos, ni su destino eterno puede ser reemplazado por el confort inmediato. El alma humana tiene hambre de sentido, no sólo de soluciones. El Redentor no vino a enseñarnos a fabricar, sino a salvarnos.
III. ¿Qué debe hacer el cristiano hoy?#
Ante este panorama, el cristiano está llamado a resistir. No con un rechazo histérico del mundo moderno, sino con una afirmación radical de lo eterno. No se trata de huir de la técnica, sino de redimirla. De volver a colocarla bajo el señorío de Cristo. De recuperar el primado del ser sobre el hacer, del silencio sobre el ruido, de la oración sobre la eficiencia.
Esto exige tres combates:
-
Un combate espiritual: recuperar el silencio interior, el tiempo sagrado, la liturgia tradicional. Apagar el móvil para encender el alma. Volver al rosario, al breviario, al ayuno. Ser anacrónicos, si hace falta, como lo fue Cristo ante Pilato.
-
Un combate cultural: defender la dignidad humana frente al reduccionismo tecnocrático. Oponerse al transhumanismo, al culto a la IA, al darwinismo digital que solo premia al más útil. Defender que el alma vale más que los datos, y que la Cruz tiene más sentido que cualquier utopía cibernética.
-
Un combate político y educativo: proclamar que la técnica no es neutral. Que su uso debe estar sujeto a una visión trascendente. Fundar escuelas, medios, comunidades donde la técnica sirva a la verdad, y no al revés. Reivindicar el espíritu hispánico: caballeresco, místico, ascético, frente al pragmatismo anglosajón.
En síntesis: no se trata de huir del mundo, sino de consagrarlo. De hacer que las máquinas sirvan al hombre, y el hombre sirva a Dios.
Conclusión: cuando todo caiga, quedará el alma#
Dios no será reemplazado por ninguna máquina. El Logos no puede ser comprimido en ceros y unos. El Espíritu no se instala, se invoca. La teología —si es verdadera— es siempre contemporánea, porque habla del Eterno. Y el Eterno no caduca, aunque lo ignoren las modas, los tecnólogos y los programadores.
«Cuando la última pantalla se apague, cuando el último servidor caiga, cuando el último satélite deje de orbitar… quedará el alma. Y ante ella, el rostro de Cristo, que pregunta: “¿Tú también me abandonarás?”»
Que Cristo reine.
Que el hombre despierte.
Que Dios no sea olvidado.