Publicado el 22 de diciembre de 2024

Bueno, parecerá raro publicar dos entradas tan seguidas, pero siento la necesidad de reflexionar sobre este tema.

Navidad… esa época de felicidad, amor, familia… y muchas compras innecesarias. Es impresionante observar cómo el consumismo ha devorado el verdadero espíritu de estas fechas. Regalos y más regalos; un no parar de comprar: que si un detalle para los abuelos, otro para los primos, algo para los tíos, los niños, los padres, incluso los vecinos. En fin, una fecha que debería ser de celebración y unión se ha convertido en un desfile de bolsas y paquetes.

Desde el Partido Nacional Hispanista (PNH), aunque yo tenga mis reservas en ciertos matices, defendemos el catolicismo como una parte esencial de nuestra identidad cultural. Este le da un sentido real a estas fechas: amor, fraternidad y la celebración del nacimiento de Cristo. Sin embargo, la influencia del modelo anglosajón —con su idea protestante de éxito material como reflejo del favor divino— ha desvirtuado completamente estas celebraciones. Ahora parece que la Navidad no se entiende sin un árbol lleno de regalos, anuncios interminables de ofertas y una cuenta bancaria temblando a final de mes.

Y no es solo el dinero lo que consume este modelo, sino también nuestra atención y nuestras emociones. Todo está diseñado para que gastes, desde los anuncios hipersaturados hasta las campañas de marketing que apelan a la nostalgia o al miedo a quedar mal si no haces “el regalo perfecto”. El consumismo ha convertido la Navidad en una especie de carrera de estatus, donde el valor de un regalo parece medirse más por su precio que por su intención.

Además, el impacto de las compras online añade otra capa de problemas. Hoy en día, la mayoría de los regalos de Navidad y Reyes (este ultimo, aquí, en España, es el día central para esto) se compran en plataformas como Amazon o AliExpress. Aunque reconozco que son prácticas y rápidas, estas tiendas son una auténtica bomba para nuestra privacidad. Cada vez que compras algo, esas empresas saben más sobre ti: qué te gusta, dónde vives, tus datos bancarios… En resumen, convierten tu vida personal en una mercancía más que explotar.

Estas plataformas no solo alimentan la invasión de nuestra privacidad, sino que también centralizan el poder económico, arrasando con pequeños negocios locales que no pueden competir con sus precios bajos y envíos rápidos. Detrás de cada paquete que llega a tu puerta hay trabajadores explotados, condiciones laborales precarias y un impacto ambiental considerable. Cada compra en estas gigantescas plataformas refuerza un sistema desigual y deshumanizado.

Por si fuera poco, este ciclo de compras perpetúa un problema financiero para muchas familias. La obsesión por los regalos lleva a gastar más de lo que se puede permitir, alimentando deudas innecesarias. En un contexto de inflación y precariedad económica, esta dinámica no solo es irresponsable, sino también peligrosa. Hemos llegado al punto en que muchas personas sienten que si no compran, fallan como padres, amigos o parejas.

Entonces, ¿qué queda realmente de la Navidad? Pues lo que siempre ha estado ahí, aunque lo olvidemos entre tanta publicidad: el tiempo con la familia, las charlas interminables, las risas sinceras, los momentos compartidos. Tal vez sea hora de preguntarnos si necesitamos más cosas o si, en realidad, estamos tratando de llenar vacíos emocionales con objetos que, al final, acabarán olvidados o en la basura.

Quizá deberíamos empezar a recuperar el verdadero sentido de estas fechas. No hace falta gastar tanto ni exponerse tanto. Tal vez el mejor regalo sea algo tan sencillo como estar presentes, escuchar, reír y compartir. Al final, los recuerdos que más valoramos no tienen precio ni etiqueta.

Reflexionemos sobre el modelo de vida que estamos alimentando con cada compra y recordemos que, a veces, el acto más revolucionario es simplemente desconectar y disfrutar de lo que ya tenemos.